sábado, 10 de septiembre de 2011

LA FE, REFUGIO DEL CREYENTE

Basta que se cuestione abiertamente las creencias religiosas, para que el creyente sintiéndose amenazado, se cobije en sus burladeros.

El de toda la vida, el tradicional es la Fe. Fe y Dios forman un círculo vicioso del cual es imposible salir. A través de la Fe, se adquiere la certeza absoluta de la existencia de Dios y demás dogmas y misterios de su Credo; pero es la intervención de ese Dios lo que hace que un individuo tenga Fe y otro no. Evidentemente, el creyente no admitirá nunca que es el uso riguroso de la razón lo que explica la actitud del no creyente, él afirmará que es la ausencia de la Gracia de Dios en su interior. A través de la Fe, el creyente renuncia a una elaboración lógica de sus creencias. Cuando sus creencias contradicen el más sencillo sentido común y le hace ignorar los logros demostrados de la ciencia, el creyente admite sin más la existencia de un misterioso plan divino que resulta incomprensible para la razón humana. Frases del tipo “los designios de Dios son inescrutables”, “Dios escribe recto con reglones torcidos”, “es la voluntad de Dios”, y un largo etcétera, responde a una actitud de aceptación acrítica de todo lo que se refiera a su religión, pero no de las otras, curioso.

Pero ¿Por qué un individuo renuncia a su propio criterio y libre albedrio y acepta creencias que van en contra del sentido común? ¿Qué origen histórico puede tener la Fe? ¿Responde o ha respondido a alguna necesidad intrínseca del ser humano?

Quizá observando el universo metafórico de las religiones, podamos dar con la respuesta. La idea de Dios como padre, la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, los pueblos elegidos de Dios, la umma (comunidad) islámica, etcétera, todas estas imágenes hacen referencia a un grupo humano homogéneo (familia, comunidad, pueblo…) que rodea a cada individuo. En ese contexto el creyente crece, se desarrolla, encuentra el apoyo para su desarrollo y ayuda para su supervivencia. Sin esa comunidad el ser humano no es viable, cada individuo debería temer sobremanera separarse de los “suyos”. Está documentado, por otra parte, en África, que la separación de un individuo del grupo, supone la muerte “misteriosa” casi instantánea de éste; los brujos de ciertas tribus, los zulus, “detectaban” quién de los miembros de la tribu traía la desgracia al grupo e inmediatamente el presunto culpable era eliminado cruelmente. Aquel que sobresaliera del grupo podría suponer una amenaza para el brujo o jefe del grupo, y probablemente, tendría más papeletas para ser detectado como elemento extraño al grupo y, por consiguiente, convendría extirparlo. La herejía, el pecado, la excomunión, la bid´a islámica (prohibición de la innovación en el dogma), el aviso de Razintger recientemente en las JMJ en Madrid de que los creyentes no podían encontrar a Dios por su cuenta, todas estos fenómenos nos dan una pequeña muestra de cómo las religiones han procurado la ortodoxia más estricta.

Es posible que la Fe religiosa sea la consecuencia cultural de la presión del grupo sobre el individuo para que se comporte y piense de una determinada manera. La propia presión grupal dificultaría la evolución de tales creencias, porque cualquier innovación podría considerarse como una amenaza a la cohesión del grupo humano. Importa más la sumisión al grupo que el contenido estricto de las creencias. Por otra parte, los distintos tabúes, pecados gravísimos en según qué Credos parece que son importantes para la supervivencia del grupo; así, el incesto estaría relacionado con la necesidad de buscar alianzas con otros grupos en lugar de limitarse al suyo propio, el control de la sexualidad aseguraría la supervivencia de las nuevas generaciones, igual ocurriría con las prohibiciones de ingerir ciertos alimentos, por señalar sólo los ejemplos más conocidos. El grupo humano, por tanto, implantaría en la mente de sus nuevos vástagos esas prohibiciones y les forzaría a comportarse de tal manera so amenaza de abandono. E incluso, se llegó a “especializar” a un grupo de personas que por su prestigio pudieran encargarse de tal cometido, brujos, chamanes y sacerdotes. Hay que advertir, por último, que la mayor prueba de sumisión y adhesión al grupo es aquella que se realiza contra toda lógica; ya que tales comportamientos eran tan importantes para la supervivencia de la comunidad que no cabía discutirlos. Era el miedo a la exclusión absoluta del grupo lo que a un individuo le llevaba a renunciar a guiarse según su propio criterio.
Mediante el compromiso ateo, los individuos no creyentes aspiramos a comprometernos con la humanidad toda, lo que correspondería con la tribu de nuestros días, con el mismo objetivo de antaño, su supervivencia y felicidad, pero ahora sin tener que renunciar al uso de la razón, sino más bien al contrario, gracias al perfeccionamiento personal, a la colaboración franca, sin engaños ni supersticiones, entre hombres mayores de edad, podemos destruir aquellos miedos que tanta infelicidad han acarreado al ser humano, creando un mundo tolerante y feliz.

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