jueves, 8 de septiembre de 2011

DIOS, ALÁ O YAHVÉ

Hay varias religiones monoteístas, y todas verdaderas. ¿Cómo es posible?

Se puede pensar que todas las religiones eran (son) esencialmente una. Mahoma, por ejemplo, integró los distintos profetas de las “religiones del libro” en su propio Credo. Partiendo de esta hipótesis, Dios habría adaptado su mensaje, en esencia siempre el mismo, a distintas culturas, tradiciones y momentos históricos. Esta manera de abordar el fenómeno religioso “relativizaría” los dogmas, prohibiciones y preceptos de los distintos Credos. Pero Razintger, “El Infalible”, y sus secuaces huyen de tal vocablo como de la peste. Otras religiones tampoco parece que se presten a admitir flexibilidad en sus dogmas, incluso el Islam. Las distintas religiones son un pack que hay que tomarlos en su integridad. La Fe, no sólo es necesaria para adquirir la certeza de la existencia de Dios, Alá, Yahvé o como se le quiera llamar, sino que también permite admitir los dogmas propios y exclusivos de cada credo y que a primera vista son incomprensibles (el misterio de la comunión, el de la Santísima Trinidad, la infalibilidad del Papa, etc. en el caso del catolicismo) El obstáculo insalvable de esta hipótesis es cómo admitir que las revelaciones de Dios puedan tener distintas interpretaciones contradictorias entre sí. ¿Por qué realizando algunas conductas un creyente se condena y el de la puerta de al lado no, creyendo uno en Alá y el otro en Dios? En la mente del creyente sólo puede haber una religión verdadera, la suya. Siguiendo su propia lógica interna, sólo puede llegar a esa conclusión.

Es comprensible, en cierta manera, que en comunidades aisladas en las que sólo se ha hecho apostolado de una única religión se considere a ésta como la verdadera. Pero con lo que ha llovido, no me explico cómo los creyentes no se hacen una pregunta bien sencilla, a saber: “¿cómo puedo estar tan seguro de que mi religión es la verdadera y no la del vecino? ¿Qué diferencia hay entre mi actitud religiosa y la de un musulmán, por ejemplo? Esa certeza absoluta de la existencia de Dios, sin necesidad de demostración alguna y que me permite admitir los misterios propios de mi Iglesia, y que consigo a través de la Fe, también la experimenta el peregrino de La Meca y no puedo asegurar que esa vivencia es de menor intensidad que la mía. ¿Por qué entonces, mi Fe es más de fiar que la del musulmán?” El creyente de cualquier religión debería admitir, sin más, que no tiene ningún motivo definitivo ni determinante para minusvalorar otras religiones respecto a la suya. Si resulta incomprensible para los católicos la prohibición de comer cerdo, por ejemplo, igual de absurdo le puede parecer al musulmán que piensen los católicos que en una ostia está el cuerpo de Cristo.

Podríamos pensar que en un principio importa más la entrega y la fortaleza de su Fe que cualquier otra circunstancia. Pero Dios, con su supuesta infinita sabiduría, no me explico cómo no pudo prever que las distintas religiones monoteístas, llegasen a entrar en contacto y que, dada su naturaleza dogmática, surgiera conflictos entre ellas. ¿Cuál de ellas sería la verdadera? ¿Por qué Dios no marcó una hoja de ruta para que, cuando llegasen a entrar en conflicto, pudiesen confluir en un solo cuerpo doctrinal?

Así pues, la existencia de varias religiones monoteístas que unas derivan de otras precedentes pero que no se pueden integrar entre sí formando otra nueva que incluyera a todas, es la prueba evidente que el origen de tales creencias no es divino, sino humano y dependiente del ambiente sociocultural en ciertas zonas geográficas y de la lucha por el poder que los distintos grupos humanos creyentes han mantenido entre sí a lo largo de la historia. Habrá pues, que concluir que las religiones es un producto cultural, histórico, y que, sólo tomándolo como tal, es posible su explicación de manera científica, acercándonos a alcanzar un consenso entre todos los hombres.

Cuando Razintger abomina del relativismo, admite implícitamente que sólo imponiendo “su” religión al resto, puede vencer a ese diabólico relativismo. A los creyentes, por tanto, se les presentan únicamente dos opciones, una, no preguntarse qué consecuencias tiene la existencia de otras religiones, y dos, no tolerarlas y destruirlas…porque sí.

Claro, que existe otra alternativa. ¿Cuál? ¡Dejar de ser creyentes!

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