Parece claro que la reevangelización de Europa es un objetivo estratégico del papado de Ratzinger. Y eso por varias razones.
La primera es que, si las potencias europeas llevaron el credo cristiano por el mundo durante su expansión imperialista, también es posible que una ola de laicismo y de ateísmo en el viejo continente llegue a sus antiguas colonias con las que siguen manteniendo un contacto más o menos estrecho a nivel, por lo menos, cultural.
La segunda es que el centro del catolicismo está en Europa. Un centro de referencia debilitado en una estructura tan jerarquizada como la ICAR, provocaría movimientos del catolicismo en algunas regiones del mundo hacia distintas direcciones que lo desmembrarían.
La tercera es que, a pesar de que podamos pensar que el número de practicantes ha disminuido y que las costumbres y criterios morales que imperan en Europa cada vez se están alejando más de la influencia vaticana, lo cierto y verdad es que este abandono sociocultural no se ha plasmado todavía institucionalmente, por lo que el poder económico de la ICAR no se ha visto debilitado en Europa. Una buena parte del poder económico de la ICAR y de su influencia mundial en su conjunto sigue estando en Europa; pero el Vaticano no puede confiarse. Si los ciudadanos europeos presionaran directamente a sus gobernantes para que tomaran algunas medidas que pudieran debilitar el poder eclesiástico, el declive católico en Europa sería inevitable.
Y la cuarte es, en parte, un corolario de la anterior y es la constatación que en otros países desarrollados, especialmente EEUU, se está dando una influencia cada vez más preocupante del pensamiento religioso en la política; pero esta vez, dicha influencia no está liderada por el Vaticano. Un fortalecimiento de otras corrientes del cristianismo en el seno de la superpotencia mundial y con acceso directo al poder político, sin duda alguna, constituiría una competencia amenazadora a nivel mundial para la ICAR si ésta no pudiera oponer, a su vez, cierta influencia en Europa.
¿Existen algunas circunstancias que pudieran influir en la consecución de este objetivo estratégico de Ratzinger?
Sin duda alguna. La actual crisis económica puede amenazar el llamado estado del bienestar. Uno no puede estar seguro de si es la crisis la que está provocando el desmantelamiento del estado del bienestar; o es el propósito de desmantelar el estado del bienestar el que ha provocado la crisis; pero lo cierto y verdad es que Europa parece que está dispuesta a renunciar a proteger a sus ciudadanos de los vaivenes de la economía. Se pretende cambiar derechos sociales garantizadores de una vida digna y de cierta igualdad de oportunidades por beneficencia; y en este campo la ICAR puede maniobrar. La beneficencia de la iglesia puede hacer soportable la situación social sin que ésta explote. Además, los estados tienden algunos a externalizar los servicios que el estado presta a sus ciudadanos, como por ejemplo, la educación. Mantener la posición de la Iglesia en el ámbito educativo, garantiza su influencia en la sociedad en el futuro; por eso siempre se mostrará dispuesta a ayudar al estado a cubrir las necesidades educativas de la población. Pero es una irresponsabilidad manifiesta de los estados laicos y aconfesionales dejar en manos de una asociación religiosa la formación de los ciudadanos del futuro, a no ser que bajo cuerda se pretenda desde posiciones conservadoras establecer una especie de alianza entre la ICAR y dichas ideologías que rechazan el “excesivo” (en su opinión, claro está) papel del estado en la sociedad.
¿Cómo se produciría esta reevangelización?
Sorprende que el Vaticano apele a la libertad de conciencia y a la tolerancia para defender su postura, su influencia en el ámbito de la educación, su presencia en el espacio público y su supuesto derecho a proponer medidas que resalten la raíz cristiana de Europa. Sorprende precisamente porque, si en algo se ha caracterizado la historia de la Iglesia, es su intolerancia hacia aquellos que piensan diferente. Pero la Iglesia no habla de la misma tolerancia, ni de la misma libertad que puede entender el común de los mortales. No parece un ejemplo de tolerancia la oposición que la Conferencia Episcopal Española pretende liderar en España respecto al llamado matrimonio gay. A nadie se le obliga casarse con una persona de su mismo sexo; pero desde el pensamiento moral de la ICAR sí se pretende evitar que aquellas personas que quieran lo puedan hacer.
Desde el catolicismo se puede estar repitiendo la misma estrategia que utilizó Tertuliano en el pasado y que consistió en pervertir el significado de una palabra que hacía referencia a algo positivo y esencial para la sociedad en ese momento. Me estoy refiriendo a religio. En el mundo latino, religio nada tenía que ver con la verdad o falsedad de las creencias, ni con la moral personal. Mediante la religio, con sus dioses, ritos y demás, los ciudadanos se comprometían con sus ciudades en su mantenimiento y engrandecimiento. La superstición, en cambio, para los romanos hace referencia a aquellos ritos y dioses que corresponden a ciudades que han perdido su estatus de ciudad libre. Los cristianos fueron perseguidos no por sus creencias, sino porque no realizaban los ritos que les deberían comprometer con el servicio a su ciudad. Tertuliano, en su libro “Apologética” se apropia del término de religión para explicar las características del cristianismo. El movimiento de Tertuliano es audaz y en parte similar que el cristianismo realizó en el mundo heleno. El cristianismo se convirtió de ser una hairesis (escuela de filosofía) como las demás, a pretender ser la única verdadera filosofía. Ahora, el cristianismo se convierte en religión y el resto, incluso las antiguas religiones cívicas, en supersticiones.*
La ICAR pretende hacerlo con los conceptos estrellas de la sociedad actual y que son la tolerancia y la libertad de conciencia. La característica específica de la sociedad occidental es la heterogeneidad. Sólo es posible la convivencia entre posturas diferentes, e incluso, antagónicas, si se crea un espacio público basado en la tolerancia. Pero la tolerancia no implica necesariamente que se prohíba la crítica entre esas distintas posturas sociales, políticas, religiosas y demás. Incluso se puede decir que una sana controversia entre ellas resulta positiva para la sociedad que alberga estas posturas divergentes, ya que favorece que se termine por imponer la mejor de estas ideas. Es a partir de ahí, dónde la Iglesia católica empieza a intentar tergiversar el significado del concepto de “tolerancia”, en dos sentidos, uno, trata de hacer creer que cualquier crítica que recibe es una muestra de la intolerancia de sus adversarios hacia ellos y dos, pretende ocupar el espacio público como si fuera un derecho inalienable pero sin aceptar previamente la neutralidad del mismo, condición necesaria para que puedan convivir opciones divergentes o antagónicas entre sí. La neutralidad del espacio público implica previamente la construcción de un consenso mínimo entre todas las partes implicadas y que todas estén consideradas entre sí como iguales. Todas las personas pertenecientes a cualquier grupo tienen los mismos derechos y obligaciones en relación al modo de comportarse con el fin de mantener ese espacio público neutral. El único modo posible de construir ese espacio no puede ser otro que utilizando aquello que es común a todas las personas, la razón. Todo aquello que se puede transmitir de manera razonable puede facilitar la construcción de ese espacio público; pero las creencias que no se basan en la razón, sólo pueden mantenerse en un ámbito privado. La Fe cristiana entra evidentemente dentro de esa categoría que sólo puede mantenerse en el ámbito privado de la persona. No se puede transmitir de manera razonable. Pero la religión cristiana, en sus orígenes, tuvo un marcado carácter público, la religio romana. Esa fue su fuerza, la que le hizo triunfar, al ser un vector que integraba a la sociedad de determinados momentos históricos. En este hecho se encierra, en mi opinión, la contradicción radical en la que se encuentra la religión católica y de la que sólo puede salir tratando, otra vez, de usurpar los valores de la sociedad actual. ¿Cómo? Primero, aceptando el vocabulario, aunque dándole un significado distinto; segundo, alcanzando una posición hegemónica dentro de esa sociedad; y tercero, hacer desaparecer, como si nunca hubieran existido, las corrientes de pensamiento contrarias al pensamiento cristiano; al apropiarse del vocabulario, su significado primero termina por desaparecer.
Actualmente, no lo tiene fácil. Primero debería unificar sus organizaciones, el proyecto ecuménico iría en ese sentido. Segundo, expresar el consenso laico actual en dos tipos de lenguajes que se puedan en cierta manera intercambiar entre sí: el normal, pero dándole ya un matiz favorable al credo religioso, y el otro, traduciéndolo a un vocabulario propiamente religioso. Y tercero, tratar de arrinconar a las organizaciones que se opongan a la religión institucionalizada. Esto no implica orden secuencial, sino simplemente, enumero las posibles salidas que le quedan a la ICAR para realizar tal reevangelización de Europa. No es necesario que sea una estrategia ideada en su conjunto conscientemente por las autoridades eclesiásticas. Pero sí puede darse una convergencia más o menos implícita entre los distintos autores cristianos y que termine por consolidarse y hacerse definitivamente consciente para todos ellos.
El quid de la cuestión siempre es el mismo: el cristianismo nunca se considera a sí mismo al mismo nivel que el resto. A partir de considerarse como la culminación del judaísmo, parece que ese complejo de superioridad le ha acompañado a lo largo de su historia. Ese complejo de superioridad le sirvió para posicionarse como la “única filosofía segura y apropiada” (como defendían los “filósofos” cristianos en el siglo I en el mundo heleno) y considerar a la persona que no aceptaba sus dogmas como malvada y merecedora de castigos sin fin, “no hay salvación para los que están culpablemente fuera de la Iglesia”, dijo Pio IX en 1854.
¿A qué nuevos territorios les llevará tal complejo de superioridad? Esperemos darles una cura de humildad y que no lo puedan averiguar.
*(Para analizar la evolución del concepto de “religión” en el mundo romano me he servido del análisis que hace Maurice Sachot en su libro “La invención de Cristo”, 1998 Ed. Biblioteca Nueva, Madrid)
compromiso ateo
domingo, 16 de octubre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
LOS ATEOS Y LA POLÍTICA
¿Por qué unas religiones se han mantenido a lo largo de los siglos y otras apenas han perdurado el tiempo de vida de su fundador? Algunas corrientes “heréticas” dentro del cristianismo han sido eliminadas a sangre y fuego. Parece pues evidente que dependiendo de los servicios que un determinado Credo presta al Poder político del momento, una determinada religión se ha visto favorecida en su expansión y desarrollo, en detrimento de otras. Los que molestaban fueron eliminados en beneficio de otros que podían servir a los intereses del poderoso. No son, por tanto, las supuestas virtudes de su cuerpo doctrinal en el orden espiritual lo que explicaría ese éxito; sino, más bien, las “fortalezas políticas” de la institución encargada de propagar ese Credo.
¿Cuáles serían esas fortalezas en el caso de la Iglesia Católica, apostólica y romana?
En primer lugar, su alianza con el Poder. Constantino, en palabras de M. Onfray, “les paga un sueldo…los compra” (a los católicos) y éstos se dejan comprar. Hay aspectos centrales del Credo católico que favorece la sumisión de los subyugados frente al poder terrenal y sus injusticias. Así elementos propios del catolicismo como la Santa Providencia de Dios, su omnipotencia e infinita sabiduría, un supuesto plan divino incomprensible para la mente humana, la promesa de un mundo más allá de la muerte, más valioso que el terrenal y que para acceder a él tenemos que hacer méritos durante este valle de lágrimas, cuánto más desgracias padecemos en esta vida y con mayor entereza y sumisión las soportamos, más probabilidades tenemos de disfrutar del cielo…todos estos aspectos han sido una bendición para las autoridades a lo largo de la historia de la Iglesia. Considerar que toda autoridad, por muy despótica e injusta que fuera, estaba colocada ahí por la Gracia de Dios, entraba dentro de la lógica interna del catolicismo. A partir de este pacto entre la Iglesia y el Poder, las autoridades eclesiásticas se vieron favorecidas de forma determinante, no sólo a través de prebendas y donaciones, sino también mediante la eliminación de cualquier competencia en el mercado de las almas.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el desarrollo organizativo de la Iglesia es portentoso. Ha influido y se ha filtrado en todos los aspectos de la vida cotidiana sin perder cohesión, en virtud de una estructura jerárquica “pétrea”.
Además, a sus adeptos se les exige un compromiso total, dedicación a tiempo completa, renuncia de los bienes terrenales en beneficio de la propia Iglesia y a algunos, alejamiento total del mundo. El celibato de los religiosos pretende evitar todo tipo de distracciones e influencias al margen de la Iglesia. Las monjas portan un anillo de casada, verdadero compromiso de por vida con la Iglesia y su congregación. Esta exigencia a sus adeptos les confiere una fuerza tremenda no sólo por su dedicación, sino porque sus vidas sólo cobran sentido en la medida que consiguen más adeptos hasta alcanzar la totalidad del género humano.
Por si esto fallara, al Soberano absoluto de este imperio, el Papa de Roma, se le reconoce que su juicio es infalible ya que está inspirado directamente por el mismísimo Dios. De esta manera, la disidencia dentro de la ICAR, es prácticamente imposible.
Además, y para terminar este apartado, existe una duplicidad de funciones del Papa (líder espiritual universal y Jefe de Estado) que lo convierte, aún hoy en día, como uno de los individuos más poderoso de este mundo a pesar de que son evidentes en ese extraño y minúsculo Estado del Vaticano rasgos característicos de… ¡¡la Edad Media!! Así, se da la paradoja que ciudadanos de un Estado deben obediencia ciega a un jefe de un Estado extranjero, de tal manera que se le reconoce mayor legitimidad a ese jefe de Estado, Ciudad del Vaticano, que a las leyes democráticas propias de su propio país. Como prueba de la fuerza política que este detalle le otorga a la ICAR, sólo dos ejemplos recientes en España. Uno, la oposición de la Conferencia Episcopal Española a algunas leyes del gobierno socialista y cómo han sacado a sus fieles a la calle, no para defender su derecho a tener las creencias que estimen oportunas, sino con el objetivo de evitar que, en la legislación española, se regulen opciones distintas a su concepción moral sobre el matrimonio, la sexualidad y la procreación. Y dos, con motivo de las recientes JMJs, las autoridades españolas de forma, a mi parecer, vergonzosa, han pedido al Papa ayuda para solucionar asuntos de carácter interno como el destino futuro del Valle de los Caídos y su colaboración para acelerar el final de la violencia en el País Vasco. Entre el Vaticano y el estado español se ha producido un intercambio de favores que demuestran la debilidad de un estado aconfesional, en teoría, respecto a ese extraño estado medieval.
No hay una organización transnacional que se le pueda comparar ni de lejos. Los tentáculos de la Iglesia son innumerables.
Por último, no menos importante es la ambigüedad del discurso católico en determinados aspectos. Las continuas contradicciones que se dan en los libros sagrados monoteístas lejos de ser una debilidad, se han convertido en una fortaleza inexpugnable. No hay ataque dialéctico que no se pueda esquivar citando al libro sagrado; en él se defiende una cosa y su contraria y la contraria de la contraria sin volver a ser la original. ¿Cómo es posible que hablen del mismo Dios los teólogos de la liberación y los dictadores como Pinochet y Franco? Siempre Dios tiene algo que decir en cada momento y sobre cualquier tema para apoyar la postura que más interesa para el fortalecimiento de la iglesia. La Iglesia, en un ejercicio supremo de hipocresía, trata de adaptar su mensaje a la sensibilidad cambiante de la sociedad, pero manteniéndolo intacto en sus pilares fundamentales, siguiendo la estrategia de que algo cambie para que todo siga igual, olvidando sus contradicciones y sus “pecados” del pasado.
En resumidas cuentas, la Iglesia es una estructura de poder y sólo considerándola así se puede reducir su influencia. De nada sirve, o muy poco, que se le pueda rebatir sus dogmas si mantiene su influencia en la enseñanza, pueda utilizar unos recursos económicos ingentes y mantenga sus privilegios (concordato, exenciones fiscales y un largo etcétera) todavía en la España actual. En consecuencia y en mi opinión, si queremos que las creencias religiosas no entorpezcan más las ansias de felicidad del ser humano, el movimiento laico debe plantear su futuro como una empresa política en parecidos aspectos a los que he reseñado anteriormente en relación a la ICAR, a saber, influencia sobre el poder político, capacidad de organización, recursos y amplitud de un discurso propio lo suficientemente rico y atrayente para la sociedad actual.
¿Cuáles serían esas fortalezas en el caso de la Iglesia Católica, apostólica y romana?
En primer lugar, su alianza con el Poder. Constantino, en palabras de M. Onfray, “les paga un sueldo…los compra” (a los católicos) y éstos se dejan comprar. Hay aspectos centrales del Credo católico que favorece la sumisión de los subyugados frente al poder terrenal y sus injusticias. Así elementos propios del catolicismo como la Santa Providencia de Dios, su omnipotencia e infinita sabiduría, un supuesto plan divino incomprensible para la mente humana, la promesa de un mundo más allá de la muerte, más valioso que el terrenal y que para acceder a él tenemos que hacer méritos durante este valle de lágrimas, cuánto más desgracias padecemos en esta vida y con mayor entereza y sumisión las soportamos, más probabilidades tenemos de disfrutar del cielo…todos estos aspectos han sido una bendición para las autoridades a lo largo de la historia de la Iglesia. Considerar que toda autoridad, por muy despótica e injusta que fuera, estaba colocada ahí por la Gracia de Dios, entraba dentro de la lógica interna del catolicismo. A partir de este pacto entre la Iglesia y el Poder, las autoridades eclesiásticas se vieron favorecidas de forma determinante, no sólo a través de prebendas y donaciones, sino también mediante la eliminación de cualquier competencia en el mercado de las almas.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el desarrollo organizativo de la Iglesia es portentoso. Ha influido y se ha filtrado en todos los aspectos de la vida cotidiana sin perder cohesión, en virtud de una estructura jerárquica “pétrea”.
Además, a sus adeptos se les exige un compromiso total, dedicación a tiempo completa, renuncia de los bienes terrenales en beneficio de la propia Iglesia y a algunos, alejamiento total del mundo. El celibato de los religiosos pretende evitar todo tipo de distracciones e influencias al margen de la Iglesia. Las monjas portan un anillo de casada, verdadero compromiso de por vida con la Iglesia y su congregación. Esta exigencia a sus adeptos les confiere una fuerza tremenda no sólo por su dedicación, sino porque sus vidas sólo cobran sentido en la medida que consiguen más adeptos hasta alcanzar la totalidad del género humano.
Por si esto fallara, al Soberano absoluto de este imperio, el Papa de Roma, se le reconoce que su juicio es infalible ya que está inspirado directamente por el mismísimo Dios. De esta manera, la disidencia dentro de la ICAR, es prácticamente imposible.
Además, y para terminar este apartado, existe una duplicidad de funciones del Papa (líder espiritual universal y Jefe de Estado) que lo convierte, aún hoy en día, como uno de los individuos más poderoso de este mundo a pesar de que son evidentes en ese extraño y minúsculo Estado del Vaticano rasgos característicos de… ¡¡la Edad Media!! Así, se da la paradoja que ciudadanos de un Estado deben obediencia ciega a un jefe de un Estado extranjero, de tal manera que se le reconoce mayor legitimidad a ese jefe de Estado, Ciudad del Vaticano, que a las leyes democráticas propias de su propio país. Como prueba de la fuerza política que este detalle le otorga a la ICAR, sólo dos ejemplos recientes en España. Uno, la oposición de la Conferencia Episcopal Española a algunas leyes del gobierno socialista y cómo han sacado a sus fieles a la calle, no para defender su derecho a tener las creencias que estimen oportunas, sino con el objetivo de evitar que, en la legislación española, se regulen opciones distintas a su concepción moral sobre el matrimonio, la sexualidad y la procreación. Y dos, con motivo de las recientes JMJs, las autoridades españolas de forma, a mi parecer, vergonzosa, han pedido al Papa ayuda para solucionar asuntos de carácter interno como el destino futuro del Valle de los Caídos y su colaboración para acelerar el final de la violencia en el País Vasco. Entre el Vaticano y el estado español se ha producido un intercambio de favores que demuestran la debilidad de un estado aconfesional, en teoría, respecto a ese extraño estado medieval.
No hay una organización transnacional que se le pueda comparar ni de lejos. Los tentáculos de la Iglesia son innumerables.
Por último, no menos importante es la ambigüedad del discurso católico en determinados aspectos. Las continuas contradicciones que se dan en los libros sagrados monoteístas lejos de ser una debilidad, se han convertido en una fortaleza inexpugnable. No hay ataque dialéctico que no se pueda esquivar citando al libro sagrado; en él se defiende una cosa y su contraria y la contraria de la contraria sin volver a ser la original. ¿Cómo es posible que hablen del mismo Dios los teólogos de la liberación y los dictadores como Pinochet y Franco? Siempre Dios tiene algo que decir en cada momento y sobre cualquier tema para apoyar la postura que más interesa para el fortalecimiento de la iglesia. La Iglesia, en un ejercicio supremo de hipocresía, trata de adaptar su mensaje a la sensibilidad cambiante de la sociedad, pero manteniéndolo intacto en sus pilares fundamentales, siguiendo la estrategia de que algo cambie para que todo siga igual, olvidando sus contradicciones y sus “pecados” del pasado.
En resumidas cuentas, la Iglesia es una estructura de poder y sólo considerándola así se puede reducir su influencia. De nada sirve, o muy poco, que se le pueda rebatir sus dogmas si mantiene su influencia en la enseñanza, pueda utilizar unos recursos económicos ingentes y mantenga sus privilegios (concordato, exenciones fiscales y un largo etcétera) todavía en la España actual. En consecuencia y en mi opinión, si queremos que las creencias religiosas no entorpezcan más las ansias de felicidad del ser humano, el movimiento laico debe plantear su futuro como una empresa política en parecidos aspectos a los que he reseñado anteriormente en relación a la ICAR, a saber, influencia sobre el poder político, capacidad de organización, recursos y amplitud de un discurso propio lo suficientemente rico y atrayente para la sociedad actual.
sábado, 10 de septiembre de 2011
LA FE, REFUGIO DEL CREYENTE
Basta que se cuestione abiertamente las creencias religiosas, para que el creyente sintiéndose amenazado, se cobije en sus burladeros.
El de toda la vida, el tradicional es la Fe. Fe y Dios forman un círculo vicioso del cual es imposible salir. A través de la Fe, se adquiere la certeza absoluta de la existencia de Dios y demás dogmas y misterios de su Credo; pero es la intervención de ese Dios lo que hace que un individuo tenga Fe y otro no. Evidentemente, el creyente no admitirá nunca que es el uso riguroso de la razón lo que explica la actitud del no creyente, él afirmará que es la ausencia de la Gracia de Dios en su interior. A través de la Fe, el creyente renuncia a una elaboración lógica de sus creencias. Cuando sus creencias contradicen el más sencillo sentido común y le hace ignorar los logros demostrados de la ciencia, el creyente admite sin más la existencia de un misterioso plan divino que resulta incomprensible para la razón humana. Frases del tipo “los designios de Dios son inescrutables”, “Dios escribe recto con reglones torcidos”, “es la voluntad de Dios”, y un largo etcétera, responde a una actitud de aceptación acrítica de todo lo que se refiera a su religión, pero no de las otras, curioso.
Pero ¿Por qué un individuo renuncia a su propio criterio y libre albedrio y acepta creencias que van en contra del sentido común? ¿Qué origen histórico puede tener la Fe? ¿Responde o ha respondido a alguna necesidad intrínseca del ser humano?
Quizá observando el universo metafórico de las religiones, podamos dar con la respuesta. La idea de Dios como padre, la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, los pueblos elegidos de Dios, la umma (comunidad) islámica, etcétera, todas estas imágenes hacen referencia a un grupo humano homogéneo (familia, comunidad, pueblo…) que rodea a cada individuo. En ese contexto el creyente crece, se desarrolla, encuentra el apoyo para su desarrollo y ayuda para su supervivencia. Sin esa comunidad el ser humano no es viable, cada individuo debería temer sobremanera separarse de los “suyos”. Está documentado, por otra parte, en África, que la separación de un individuo del grupo, supone la muerte “misteriosa” casi instantánea de éste; los brujos de ciertas tribus, los zulus, “detectaban” quién de los miembros de la tribu traía la desgracia al grupo e inmediatamente el presunto culpable era eliminado cruelmente. Aquel que sobresaliera del grupo podría suponer una amenaza para el brujo o jefe del grupo, y probablemente, tendría más papeletas para ser detectado como elemento extraño al grupo y, por consiguiente, convendría extirparlo. La herejía, el pecado, la excomunión, la bid´a islámica (prohibición de la innovación en el dogma), el aviso de Razintger recientemente en las JMJ en Madrid de que los creyentes no podían encontrar a Dios por su cuenta, todas estos fenómenos nos dan una pequeña muestra de cómo las religiones han procurado la ortodoxia más estricta.
Es posible que la Fe religiosa sea la consecuencia cultural de la presión del grupo sobre el individuo para que se comporte y piense de una determinada manera. La propia presión grupal dificultaría la evolución de tales creencias, porque cualquier innovación podría considerarse como una amenaza a la cohesión del grupo humano. Importa más la sumisión al grupo que el contenido estricto de las creencias. Por otra parte, los distintos tabúes, pecados gravísimos en según qué Credos parece que son importantes para la supervivencia del grupo; así, el incesto estaría relacionado con la necesidad de buscar alianzas con otros grupos en lugar de limitarse al suyo propio, el control de la sexualidad aseguraría la supervivencia de las nuevas generaciones, igual ocurriría con las prohibiciones de ingerir ciertos alimentos, por señalar sólo los ejemplos más conocidos. El grupo humano, por tanto, implantaría en la mente de sus nuevos vástagos esas prohibiciones y les forzaría a comportarse de tal manera so amenaza de abandono. E incluso, se llegó a “especializar” a un grupo de personas que por su prestigio pudieran encargarse de tal cometido, brujos, chamanes y sacerdotes. Hay que advertir, por último, que la mayor prueba de sumisión y adhesión al grupo es aquella que se realiza contra toda lógica; ya que tales comportamientos eran tan importantes para la supervivencia de la comunidad que no cabía discutirlos. Era el miedo a la exclusión absoluta del grupo lo que a un individuo le llevaba a renunciar a guiarse según su propio criterio.
Mediante el compromiso ateo, los individuos no creyentes aspiramos a comprometernos con la humanidad toda, lo que correspondería con la tribu de nuestros días, con el mismo objetivo de antaño, su supervivencia y felicidad, pero ahora sin tener que renunciar al uso de la razón, sino más bien al contrario, gracias al perfeccionamiento personal, a la colaboración franca, sin engaños ni supersticiones, entre hombres mayores de edad, podemos destruir aquellos miedos que tanta infelicidad han acarreado al ser humano, creando un mundo tolerante y feliz.
El de toda la vida, el tradicional es la Fe. Fe y Dios forman un círculo vicioso del cual es imposible salir. A través de la Fe, se adquiere la certeza absoluta de la existencia de Dios y demás dogmas y misterios de su Credo; pero es la intervención de ese Dios lo que hace que un individuo tenga Fe y otro no. Evidentemente, el creyente no admitirá nunca que es el uso riguroso de la razón lo que explica la actitud del no creyente, él afirmará que es la ausencia de la Gracia de Dios en su interior. A través de la Fe, el creyente renuncia a una elaboración lógica de sus creencias. Cuando sus creencias contradicen el más sencillo sentido común y le hace ignorar los logros demostrados de la ciencia, el creyente admite sin más la existencia de un misterioso plan divino que resulta incomprensible para la razón humana. Frases del tipo “los designios de Dios son inescrutables”, “Dios escribe recto con reglones torcidos”, “es la voluntad de Dios”, y un largo etcétera, responde a una actitud de aceptación acrítica de todo lo que se refiera a su religión, pero no de las otras, curioso.
Pero ¿Por qué un individuo renuncia a su propio criterio y libre albedrio y acepta creencias que van en contra del sentido común? ¿Qué origen histórico puede tener la Fe? ¿Responde o ha respondido a alguna necesidad intrínseca del ser humano?
Quizá observando el universo metafórico de las religiones, podamos dar con la respuesta. La idea de Dios como padre, la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, los pueblos elegidos de Dios, la umma (comunidad) islámica, etcétera, todas estas imágenes hacen referencia a un grupo humano homogéneo (familia, comunidad, pueblo…) que rodea a cada individuo. En ese contexto el creyente crece, se desarrolla, encuentra el apoyo para su desarrollo y ayuda para su supervivencia. Sin esa comunidad el ser humano no es viable, cada individuo debería temer sobremanera separarse de los “suyos”. Está documentado, por otra parte, en África, que la separación de un individuo del grupo, supone la muerte “misteriosa” casi instantánea de éste; los brujos de ciertas tribus, los zulus, “detectaban” quién de los miembros de la tribu traía la desgracia al grupo e inmediatamente el presunto culpable era eliminado cruelmente. Aquel que sobresaliera del grupo podría suponer una amenaza para el brujo o jefe del grupo, y probablemente, tendría más papeletas para ser detectado como elemento extraño al grupo y, por consiguiente, convendría extirparlo. La herejía, el pecado, la excomunión, la bid´a islámica (prohibición de la innovación en el dogma), el aviso de Razintger recientemente en las JMJ en Madrid de que los creyentes no podían encontrar a Dios por su cuenta, todas estos fenómenos nos dan una pequeña muestra de cómo las religiones han procurado la ortodoxia más estricta.
Es posible que la Fe religiosa sea la consecuencia cultural de la presión del grupo sobre el individuo para que se comporte y piense de una determinada manera. La propia presión grupal dificultaría la evolución de tales creencias, porque cualquier innovación podría considerarse como una amenaza a la cohesión del grupo humano. Importa más la sumisión al grupo que el contenido estricto de las creencias. Por otra parte, los distintos tabúes, pecados gravísimos en según qué Credos parece que son importantes para la supervivencia del grupo; así, el incesto estaría relacionado con la necesidad de buscar alianzas con otros grupos en lugar de limitarse al suyo propio, el control de la sexualidad aseguraría la supervivencia de las nuevas generaciones, igual ocurriría con las prohibiciones de ingerir ciertos alimentos, por señalar sólo los ejemplos más conocidos. El grupo humano, por tanto, implantaría en la mente de sus nuevos vástagos esas prohibiciones y les forzaría a comportarse de tal manera so amenaza de abandono. E incluso, se llegó a “especializar” a un grupo de personas que por su prestigio pudieran encargarse de tal cometido, brujos, chamanes y sacerdotes. Hay que advertir, por último, que la mayor prueba de sumisión y adhesión al grupo es aquella que se realiza contra toda lógica; ya que tales comportamientos eran tan importantes para la supervivencia de la comunidad que no cabía discutirlos. Era el miedo a la exclusión absoluta del grupo lo que a un individuo le llevaba a renunciar a guiarse según su propio criterio.
Mediante el compromiso ateo, los individuos no creyentes aspiramos a comprometernos con la humanidad toda, lo que correspondería con la tribu de nuestros días, con el mismo objetivo de antaño, su supervivencia y felicidad, pero ahora sin tener que renunciar al uso de la razón, sino más bien al contrario, gracias al perfeccionamiento personal, a la colaboración franca, sin engaños ni supersticiones, entre hombres mayores de edad, podemos destruir aquellos miedos que tanta infelicidad han acarreado al ser humano, creando un mundo tolerante y feliz.
jueves, 8 de septiembre de 2011
DIOS, ALÁ O YAHVÉ
Hay varias religiones monoteístas, y todas verdaderas. ¿Cómo es posible?
Se puede pensar que todas las religiones eran (son) esencialmente una. Mahoma, por ejemplo, integró los distintos profetas de las “religiones del libro” en su propio Credo. Partiendo de esta hipótesis, Dios habría adaptado su mensaje, en esencia siempre el mismo, a distintas culturas, tradiciones y momentos históricos. Esta manera de abordar el fenómeno religioso “relativizaría” los dogmas, prohibiciones y preceptos de los distintos Credos. Pero Razintger, “El Infalible”, y sus secuaces huyen de tal vocablo como de la peste. Otras religiones tampoco parece que se presten a admitir flexibilidad en sus dogmas, incluso el Islam. Las distintas religiones son un pack que hay que tomarlos en su integridad. La Fe, no sólo es necesaria para adquirir la certeza de la existencia de Dios, Alá, Yahvé o como se le quiera llamar, sino que también permite admitir los dogmas propios y exclusivos de cada credo y que a primera vista son incomprensibles (el misterio de la comunión, el de la Santísima Trinidad, la infalibilidad del Papa, etc. en el caso del catolicismo) El obstáculo insalvable de esta hipótesis es cómo admitir que las revelaciones de Dios puedan tener distintas interpretaciones contradictorias entre sí. ¿Por qué realizando algunas conductas un creyente se condena y el de la puerta de al lado no, creyendo uno en Alá y el otro en Dios? En la mente del creyente sólo puede haber una religión verdadera, la suya. Siguiendo su propia lógica interna, sólo puede llegar a esa conclusión.
Es comprensible, en cierta manera, que en comunidades aisladas en las que sólo se ha hecho apostolado de una única religión se considere a ésta como la verdadera. Pero con lo que ha llovido, no me explico cómo los creyentes no se hacen una pregunta bien sencilla, a saber: “¿cómo puedo estar tan seguro de que mi religión es la verdadera y no la del vecino? ¿Qué diferencia hay entre mi actitud religiosa y la de un musulmán, por ejemplo? Esa certeza absoluta de la existencia de Dios, sin necesidad de demostración alguna y que me permite admitir los misterios propios de mi Iglesia, y que consigo a través de la Fe, también la experimenta el peregrino de La Meca y no puedo asegurar que esa vivencia es de menor intensidad que la mía. ¿Por qué entonces, mi Fe es más de fiar que la del musulmán?” El creyente de cualquier religión debería admitir, sin más, que no tiene ningún motivo definitivo ni determinante para minusvalorar otras religiones respecto a la suya. Si resulta incomprensible para los católicos la prohibición de comer cerdo, por ejemplo, igual de absurdo le puede parecer al musulmán que piensen los católicos que en una ostia está el cuerpo de Cristo.
Podríamos pensar que en un principio importa más la entrega y la fortaleza de su Fe que cualquier otra circunstancia. Pero Dios, con su supuesta infinita sabiduría, no me explico cómo no pudo prever que las distintas religiones monoteístas, llegasen a entrar en contacto y que, dada su naturaleza dogmática, surgiera conflictos entre ellas. ¿Cuál de ellas sería la verdadera? ¿Por qué Dios no marcó una hoja de ruta para que, cuando llegasen a entrar en conflicto, pudiesen confluir en un solo cuerpo doctrinal?
Así pues, la existencia de varias religiones monoteístas que unas derivan de otras precedentes pero que no se pueden integrar entre sí formando otra nueva que incluyera a todas, es la prueba evidente que el origen de tales creencias no es divino, sino humano y dependiente del ambiente sociocultural en ciertas zonas geográficas y de la lucha por el poder que los distintos grupos humanos creyentes han mantenido entre sí a lo largo de la historia. Habrá pues, que concluir que las religiones es un producto cultural, histórico, y que, sólo tomándolo como tal, es posible su explicación de manera científica, acercándonos a alcanzar un consenso entre todos los hombres.
Cuando Razintger abomina del relativismo, admite implícitamente que sólo imponiendo “su” religión al resto, puede vencer a ese diabólico relativismo. A los creyentes, por tanto, se les presentan únicamente dos opciones, una, no preguntarse qué consecuencias tiene la existencia de otras religiones, y dos, no tolerarlas y destruirlas…porque sí.
Claro, que existe otra alternativa. ¿Cuál? ¡Dejar de ser creyentes!
Se puede pensar que todas las religiones eran (son) esencialmente una. Mahoma, por ejemplo, integró los distintos profetas de las “religiones del libro” en su propio Credo. Partiendo de esta hipótesis, Dios habría adaptado su mensaje, en esencia siempre el mismo, a distintas culturas, tradiciones y momentos históricos. Esta manera de abordar el fenómeno religioso “relativizaría” los dogmas, prohibiciones y preceptos de los distintos Credos. Pero Razintger, “El Infalible”, y sus secuaces huyen de tal vocablo como de la peste. Otras religiones tampoco parece que se presten a admitir flexibilidad en sus dogmas, incluso el Islam. Las distintas religiones son un pack que hay que tomarlos en su integridad. La Fe, no sólo es necesaria para adquirir la certeza de la existencia de Dios, Alá, Yahvé o como se le quiera llamar, sino que también permite admitir los dogmas propios y exclusivos de cada credo y que a primera vista son incomprensibles (el misterio de la comunión, el de la Santísima Trinidad, la infalibilidad del Papa, etc. en el caso del catolicismo) El obstáculo insalvable de esta hipótesis es cómo admitir que las revelaciones de Dios puedan tener distintas interpretaciones contradictorias entre sí. ¿Por qué realizando algunas conductas un creyente se condena y el de la puerta de al lado no, creyendo uno en Alá y el otro en Dios? En la mente del creyente sólo puede haber una religión verdadera, la suya. Siguiendo su propia lógica interna, sólo puede llegar a esa conclusión.
Es comprensible, en cierta manera, que en comunidades aisladas en las que sólo se ha hecho apostolado de una única religión se considere a ésta como la verdadera. Pero con lo que ha llovido, no me explico cómo los creyentes no se hacen una pregunta bien sencilla, a saber: “¿cómo puedo estar tan seguro de que mi religión es la verdadera y no la del vecino? ¿Qué diferencia hay entre mi actitud religiosa y la de un musulmán, por ejemplo? Esa certeza absoluta de la existencia de Dios, sin necesidad de demostración alguna y que me permite admitir los misterios propios de mi Iglesia, y que consigo a través de la Fe, también la experimenta el peregrino de La Meca y no puedo asegurar que esa vivencia es de menor intensidad que la mía. ¿Por qué entonces, mi Fe es más de fiar que la del musulmán?” El creyente de cualquier religión debería admitir, sin más, que no tiene ningún motivo definitivo ni determinante para minusvalorar otras religiones respecto a la suya. Si resulta incomprensible para los católicos la prohibición de comer cerdo, por ejemplo, igual de absurdo le puede parecer al musulmán que piensen los católicos que en una ostia está el cuerpo de Cristo.
Podríamos pensar que en un principio importa más la entrega y la fortaleza de su Fe que cualquier otra circunstancia. Pero Dios, con su supuesta infinita sabiduría, no me explico cómo no pudo prever que las distintas religiones monoteístas, llegasen a entrar en contacto y que, dada su naturaleza dogmática, surgiera conflictos entre ellas. ¿Cuál de ellas sería la verdadera? ¿Por qué Dios no marcó una hoja de ruta para que, cuando llegasen a entrar en conflicto, pudiesen confluir en un solo cuerpo doctrinal?
Así pues, la existencia de varias religiones monoteístas que unas derivan de otras precedentes pero que no se pueden integrar entre sí formando otra nueva que incluyera a todas, es la prueba evidente que el origen de tales creencias no es divino, sino humano y dependiente del ambiente sociocultural en ciertas zonas geográficas y de la lucha por el poder que los distintos grupos humanos creyentes han mantenido entre sí a lo largo de la historia. Habrá pues, que concluir que las religiones es un producto cultural, histórico, y que, sólo tomándolo como tal, es posible su explicación de manera científica, acercándonos a alcanzar un consenso entre todos los hombres.
Cuando Razintger abomina del relativismo, admite implícitamente que sólo imponiendo “su” religión al resto, puede vencer a ese diabólico relativismo. A los creyentes, por tanto, se les presentan únicamente dos opciones, una, no preguntarse qué consecuencias tiene la existencia de otras religiones, y dos, no tolerarlas y destruirlas…porque sí.
Claro, que existe otra alternativa. ¿Cuál? ¡Dejar de ser creyentes!
miércoles, 31 de agosto de 2011
¿POR QUÉ "COMPROMISO ATEO"?
Cuando una persona se define a sí misma como atea, no se limita a determinar la no existencia de Dios. Entran en juego otros aspectos igualmente fundamentales.
Aparece una determinada concepción del ser humano. El hombre es un ser no necesitado de tutelas de “otro mundo”. Su destino no está predeterminado por un ser superior, lo que conlleva asumir una gran responsabilidad. De nosotros depende alcanzar la felicidad en esta vida, la única que hay; pero también la de nuestros semejantes. No son posibles soluciones únicamente individualistas, se necesitan, como mínimo, unas normas que hagan posible una pacífica convivencia. Pero esta responsabilidad no es posible asumirla sin libertad de pensamiento y de acción. Responsabilidad y libertad conforman dos caras de una misma moneda.
La herramienta aconsejable para desenvolverse en este mundo único y terrenal es la razón. Pensar es mantener una conversación interiorizada entre imaginarias personas que mantienen puntos de vista en un principio divergentes hasta alcanzar un consenso. Cuando nosotros razonamos con otras personas, este proceso se exterioriza. La razón no deja de ser normas compartidas (las de la lógica y los hechos comprobados) para alcanzar conclusiones aceptables por todos a partir de unas premisas. Es la mejor manera de alcanzar acuerdos en el seno de las comunidades humanas, sean del tamaño que sean, aunque no sea lo mismo debatir en un grupo reducido de individuos que en uno amplio, la nación por ejemplo. Otra manera es la imposición simple de unos sobre otros, que sólo ha acarreado desgracias y una cadena de conflictos sin fin. Por tanto el que razona no debe imponer sus puntos de vista mediante la violencia, pero tampoco debe aceptar que se le impongan a él si la parte contraria no ha seguido las normas propias de la razón.
Inevitable resulta entonces que el ateo intente comprender el fenómeno religioso, determinar qué papel ha jugado a lo largo de la historia, por qué ha surgido y por qué se mantiene, y que, por último saque sus propias conclusiones y las exponga para el conocimiento general. Esta manera de proceder provoca, bastantes veces, elevados niveles de hostilidad entre los creyentes que pueden dar lugar a situaciones desagradables y que el ateo, por un comprensible deseo de tranquilidad, intente evitar aunque eso suponga renunciar a expresarse con absoluta libertad y que le tiente a hacer dejación de su responsabilidad para conseguir un mundo (único y terrenal) mejor.
Para superar estas situaciones desagradables se necesita un compromiso ateo con las ideas que subyacen en esta postura. El mundo de las ideas se construye a través de las aportaciones de los individuos y de las organizaciones que estos individuos puedan formar, la mayoría de las veces con esfuerzo y dedicación, soportando pequeñas o grandes dificultades. Por razones que sería largo desarrollar aquí, el fenómeno religioso dista mucho de desaparecer por sí solo a pesar de que, como es fácil de documentar, a lo largo de la historia ha provocado (y sigue provocando) sufrimiento, intolerancia e incomprensión entre los hombres.
Mediante el compromiso ateo se asume nuestra libertad y nuestra responsabilidad para decir y proclamar lo evidente: Dios no existe, salvo que se demuestre lo contrario; y para proceder en consecuencia.
Aparece una determinada concepción del ser humano. El hombre es un ser no necesitado de tutelas de “otro mundo”. Su destino no está predeterminado por un ser superior, lo que conlleva asumir una gran responsabilidad. De nosotros depende alcanzar la felicidad en esta vida, la única que hay; pero también la de nuestros semejantes. No son posibles soluciones únicamente individualistas, se necesitan, como mínimo, unas normas que hagan posible una pacífica convivencia. Pero esta responsabilidad no es posible asumirla sin libertad de pensamiento y de acción. Responsabilidad y libertad conforman dos caras de una misma moneda.
La herramienta aconsejable para desenvolverse en este mundo único y terrenal es la razón. Pensar es mantener una conversación interiorizada entre imaginarias personas que mantienen puntos de vista en un principio divergentes hasta alcanzar un consenso. Cuando nosotros razonamos con otras personas, este proceso se exterioriza. La razón no deja de ser normas compartidas (las de la lógica y los hechos comprobados) para alcanzar conclusiones aceptables por todos a partir de unas premisas. Es la mejor manera de alcanzar acuerdos en el seno de las comunidades humanas, sean del tamaño que sean, aunque no sea lo mismo debatir en un grupo reducido de individuos que en uno amplio, la nación por ejemplo. Otra manera es la imposición simple de unos sobre otros, que sólo ha acarreado desgracias y una cadena de conflictos sin fin. Por tanto el que razona no debe imponer sus puntos de vista mediante la violencia, pero tampoco debe aceptar que se le impongan a él si la parte contraria no ha seguido las normas propias de la razón.
Inevitable resulta entonces que el ateo intente comprender el fenómeno religioso, determinar qué papel ha jugado a lo largo de la historia, por qué ha surgido y por qué se mantiene, y que, por último saque sus propias conclusiones y las exponga para el conocimiento general. Esta manera de proceder provoca, bastantes veces, elevados niveles de hostilidad entre los creyentes que pueden dar lugar a situaciones desagradables y que el ateo, por un comprensible deseo de tranquilidad, intente evitar aunque eso suponga renunciar a expresarse con absoluta libertad y que le tiente a hacer dejación de su responsabilidad para conseguir un mundo (único y terrenal) mejor.
Para superar estas situaciones desagradables se necesita un compromiso ateo con las ideas que subyacen en esta postura. El mundo de las ideas se construye a través de las aportaciones de los individuos y de las organizaciones que estos individuos puedan formar, la mayoría de las veces con esfuerzo y dedicación, soportando pequeñas o grandes dificultades. Por razones que sería largo desarrollar aquí, el fenómeno religioso dista mucho de desaparecer por sí solo a pesar de que, como es fácil de documentar, a lo largo de la historia ha provocado (y sigue provocando) sufrimiento, intolerancia e incomprensión entre los hombres.
Mediante el compromiso ateo se asume nuestra libertad y nuestra responsabilidad para decir y proclamar lo evidente: Dios no existe, salvo que se demuestre lo contrario; y para proceder en consecuencia.
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